domingo, 13 de octubre de 2013

Atados de Tiwanaku, la medicina para todos los males, perdura hoy

El hallazgo fortuito de un pequeño fardo envuelto en fibras vegetales dio inicio a una serie de investigaciones en torno a los atados medicinales de la época de Tiwanaku, como rituales ancestrales que luchan por mantenerse vigentes a través de la práctica de kallawayas.
El hecho sucedió en un refugio rocoso del Cerro Palca de la región Amaguaya, provincia Larecaja de La Paz, en 1998.
A partir de entonces, la historiadora y demógrafa Carmen Beatriz Loza, apasionada por la cultura andina, se empeñó en revelar los secretos de aquel fardo ceremonial tiwanacota, descifrando el significado de cada objeto encontrado, entre hilos, tejidos, amuletos, cucharillas de dosificación y otros más.
Para lograr este cometido, recurrió a médicos y herbolarios kallawayas de la provincia Bautista Saavedra de La Paz, así como a boticarios y ritualistas aymaras k’awayu, de la provincia Tomás Frías de Potosí.
Ellos definieron los atados como "un elemento sagrado antiguo que lleva algún secreto en sí” y que emplean en sus prácticas medicinales actuales.
"Los modelos cognitivos del atado tienen que ver con las formas de organizar su material para aplicar la medicina en el mundo indígena, en la que la enfermedad no es causada por un solo agente de bacteria. Es decir, los kallawayas curan lo que es invisible”, explica Loza, autora del libro Develando órdenes y desatando sentidos, en el que profundiza los resultados de la investigación sobre el atado de Pallqa.
Este vestigio es una de las pocas evidencias en Bolivia que muestra los valores de los instrumentos, las tecnologías de esa época y las prácticas médicas de la cultura Tiwanaku, gracias a la conservación de los pelos y fibras de elementos elaborados con recursos animales y vegetales.
Según explican los expertos indígenas, los atados son envueltos con el cuero de animales sagrados, venerados y reverenciados, para que su espíritu more en este paquete que, no sólo contiene una serie de instrumentos para curar enfermedades físicas y espirituales, sino que atesora la sabiduría ancestral que pasa de generación en generación.
Ramón Álvarez, que pertenece a un linaje kallawaya, relata que su padre solía realizar su atado con cuero de vicuña, aprovechando sus patas para preparar remedios y amuletos de la buena suerte. "Ahora nadie mata (animales). Antes manejaban (las medicinas) en cuero, después en papel, envuelto en papel fino”, agrega.
Descubriendo los atados
Pero no sólo es la envoltura lo que llama la atención, sino la variedad de remedios que utilizaban. La investigadora asegura que materialmente se trata de un atado de carácter médico-religioso, en el que cada propietario debía depositar objetos técnicos que dieran fe de su práctica y poder, embalándolos y sujetándolos con lazos para atesorarlos mejor.
Aquel hallazgo en el Cerro Palca, que tenía 38 centímetros de largo, estaba compuesto por una serie de empaques intermedios que resguardaban una diversidad de componentes curativos. En ellos pudieron observar un sistema de almacenamiento que rige la organización de contenedores y protectores interiores sistemáticamente acomodados.
Al llegar al interior del atado identificaron que los diferentes lazos de sujeción del cuero eran de fibra vegetal de cuero de orochi, taruca, alpaca, jaguar y vicuña.
También encontraron una cuchara tallada en hueso de camélido con motivos tiwanacotas, tabletas de inhalación de madera, una punta de proyectil de arenita de cuarzo endurecida y unas plumas ajustadas con cordaje fino, un piedra de cuarzo, un cordaje terapéutico azul y vellones de lana, entre otros objetos.
El kallawaya Max Chura, del ayllu Chari de Charazani, asegura que los atados son muy organizados y cada propietario se preocupaba de que el peso y el tamaño sean adecuados para su transporte. Además, cuidaban cada objeto que llevaban, porque el color y tipo de lana tenía un significado diferente, según el propósito de la curación.
"Manejaban las medicinas bien ordenadas en sus bolsas. Aunque los kallawayas no sabían leer, marcaban (el atado) con hilos de colores. Así sabían para qué era esa medicina: para el mal del corazón, para el hígado, para el pulmón, todo eso”, explica Álvarez.
En cuanto a las combinaciones en los preparados curativos, Loza explica que la elección de los materiales empleados por el religioso-médico no se realizaba al azar, sino que primaba la relación directa con aquellos animales silvestres que pertenecían a los rebaños de las deidades, lo que otorgaba un carácter sagrado.
En las preparaciones solían unir elementos de los tres reinos naturales: animal, vegetal y mineral, para elaborar medicaciones de patologías culturales o enfermedades biológicas reconocidas.
Por ejemplo, con la combinación de una variedad de hierbas, frutas, cáscaras y piedras preciosas, eran capaces de curar mordeduras, picaduras, fiebres, fracturas de huesos, piedras en la vesícula o en el riñón, hasta el mal del corazón y hasta la melancolía, entre otras enfermedades.
Y aunque muchas de estas prácticas con el tiempo fueron heredadas a nuevas generaciones con aptitudes para continuar el legado, también sufrieron un sincretismo con la medicina occidental, complementando este sistema curativo que se desarrolla en un marco cultural propio, lejos de los hospitales.

Es por eso que Loza enfatiza que la importancia de los atados reside en que son un entramado complejo de símbolos donde los preparados, los minerales y los personajes fueron intermediarios entre el cuerpo, el alma y la sacralidad. Algo que no puede ser, sino resultado de siglos de práctica y sabiduría ancestral.



Los paquetes datan del año 900 de nuestra era

Cuando los comunarios Fausto Pillco y Juan Mamani hallaron el atado de Pallqa en 1998, abrieron el paquete y a medida que desentrañaban el contenido, encontraron pequeños objetos. Se trataba de un ajuar usado por un sacerdote o curandero de la época de Tiwanaku, dejado el año 900 de nuestra era.
Meses después los comunarios de Amaguaya informaron del hecho a las autoridades de Arqueología del Viceministerio de Desarrollo de las Culturas, quienes realizaron una prospección en la zona donde se habían encontrado los objetos para conocer el contexto arqueológico.
Sin embargo, después de este acercamiento, los objetos quedaron en un depósito por cuatro años, hasta que la historiadora Carmen Beatriz Loza tomó en sus manos la tarea de revelar los secretos de aquel fardo ceremonial a través de sus conocimientos científicos sobre la cultura Kallawaya, y en contraste con la sabiduría de curanderos indígenas.
Resultado de esta investigación a profundidad es el libro Develando órdenes y desatando sentidos. Un atado de remedios de la cultura Tiwanacu, publicado en 2007, donde explica el significado de cada pieza encontrada y el profundo significado de esta práctica milenaria de la que no se tienen más vestigios en el país.

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